EL CAPO DEL CINE
LA DE MARTIN SCORSESE (FLUSHING, NUEVA YORK, 1942) es hoy –con permiso de Francis Ford Coppola– la figura patriarcal del cine norteamericano. Un poco como lo fue en su día la de John Ford. Pero, si este era considerado el gran padre blanco (como los nativos americanos se referían a los presidentes de los Estados Unidos), Scorsese sería más bien uno de los capos de Malas calles (1973) o de Uno de los nuestros (1990), dos de sus títulos ya legendarios.
Su talla como cineasta puede medirse con precisión poniendo en contexto su obra dentro del cine norteamericano: no solo es el cineasta más reconocido de su generación por la crítica –por encima de talentos tan dispares y desiguales, si bien incuestionables, como los del propio Coppola, Terrence Malick, Peter Bogdanovich, Ridley Scott, Jonathan Demme o Brian De Palma–, también el más homenajeado, imitado o (2006)– frente a las cinco estatuillas de Clint Eastwood o las cuatro de Steven Spielberg, le sitúa, si no con los legendarios olvidados Orson Welles, Stanley Kubrick y Alfred Hitchcock, sí entre los ninguneados (con Howard Hawks, Woody Allen o Robert Altman). Con todo, en los 50 años que se cumplieron el pasado septiembre del estreno de su primer largometraje, (1969), ha acumulado tanto prestigio como, ante todo, un enorme poder dentro de la industria. Y eso a pesar de los sonoros batacazos en taquilla, de (1980) o (1982) a (1997) y (1999), en un Hollywood donde, como Nicholas Ray razonaba, uno vale lo que recaudó su última película.
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