HASTA QUE LLEGÓ SU HORA
No todos los tiempos pasados fueron mejores. Uno de los peligros de la nostalgia es idealizar situaciones que, vistas con los ojos de hoy, supondrían no pocas protestas y escándalos. Aunque eso precisamente era lo que sentían los cinéfilos que, en un mundo menos conectado y en el que el Day & Date –las fechas de estreno simultáneo en todo el planeta– eran una utopía, descubrían que esa película de la que llevaban tiempo oyendo hablar, iba a tardar en llegar a su cine. Si es que lo hacía.
El paso de tijeras en escenas conflictivas, doblajes que alteraban el sentido de la trama, reescrituras forzadas de guion… Las tretas de los aparatos censores son conocidas y equiparables sea donde sea –aunque aquí las ejecutaran organismos como la Junta Superior de Orientación Cinematográfica–, pero hay otros factores que también han jugado su parte en el rocambolesco viaje a la gran pantalla de estos títulos de excepción.
Hoy ya no hace falta coger carretera y manta para ver en los cines de Perpiñán o Biarritz como sucedió en España en los años 70Y cualquier publicista sabe que no hay como una buena polémica –con la autoridad que sea, sacrosanta o no– para llenar las butacas de las salas. Los obstáculos son otros: la dictadura del buen gusto, la más de las veces, la
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