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EL ÚLTIMO PUNK

El nombre de la colección era Wonder, y se presentó a finales de junio de 2009 en el teatro Bataclan, en el 11º distrito de París. Hombres grandes y velludos –los conocidos “osos” en el argot gay– irrumpieron en la pasarela. El vertiginoso ritmo de la música electrónica resonaba a todo volumen desde los altavoces. Los osos presentaban gran variedad de vello facial y vestían también varios looks: pantalones anchos de algodón tipo cargo, cuyos bolsillos de cremallera tenían forma de vibradores y nubes, a juego con chaquetas de color azul y rosa eléctrico, o ponchos de PVC de colores rosa chillón y verde neón sobre deportivas y calcetines blancos hasta la rodilla bordados con palabras como “oso” y “placer”. El final se presentía cerca cuando el propio diseñador, Walter Van Beirendonck –también un hirsuto belga de gran estatura, una versión más chic de Papá Noel–, se subió a la pasarela y desfiló por ella. Como broche final, todos los osos se reunieron sobre el escenario para ser eclipsados por un nuevo grupo de osos vestidos con calzoncillos blancos y una “W” bordada en la entrepierna que se alzaba desafiante frente a ellos, reclamando la pasarela para sí. La multitud aplaudió; el desfile había terminado.

Van Beirendonck, de 62 años, lleva más de cuatro décadas diseñando moda masculina inverosímil e idiosincrásica. Él es uno de los llamados Los Seis de Amberes, un grupo de diseñadores belgas que, a mediados de los ochenta, contribuyó a transformar esta ciudad, la segunda más grande del país, en un centro de la moda sin parangón. Es también el director de la escuela de moda de la prestigiosa Real Academia de Bellas Artes de Amberes, en la que se graduó. Muchos diseñadores ven en él un mentor: Craig Green, Bernhard Willhelm y Kris Van Assche (director creativo de Berluti), entre otros. Van Beirendonck es, asimismo, contemporáneo y colaborador de artistas tan diversos como la japonesa Rei Kawakubo, fundadora de Comme des Garçons; el artista conceptual austriaco, paño y algodón. Van Beirendonck fue uno de los pocos que rompieron con este código de masculinidad y formalidad al mezclar telas técnicamente futuristas –a menudo las destinadas exclusivamente a la ropa deportiva– con la artesanía de la alta costura que él mismo había conocido en la Real Academia. Lo hizo además aplicando un filtro soleado, divertido, si cabe infantil sobre sus siluetas anarquistas, que bebían a su vez de alusiones oscuras al BDSM y a la cultura .

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