Campo de batalla: el frente en el hogar
SON LAS 7:15 DE UN MARTES por la noche y estoy doblando la ropa interior de mi esposa. No es algo que suela hacer. Tampoco es algo que suela querer hacer. Pero ahora, en nombre de la calma doméstica, y muy probablemente por el bien de nuestra familia, estoy doblando cada par de pantis y guardándolos en el cajón superior. Mi esposa está acostando a nuestro pequeño y yo estoy pensando, “Vaya, esto es extraño”.
Todo empezó cuando mi esposa cuestionó mis habilidades parentales en unas vacaciones familiares. Comentó que ese día por la mañana, yo había observado a mi hijo agarrar dos tarros llenos de crayolas y hacerlos chocar uno con otro.
“Simplemente te quedaste viendo. Como si no te preocupara que pudieran quebrarse y que él se lastimara”, comentó Meghan.
Admití que no había pensado que eso pasaría. Había sucedido como en otras ocasiones, cuando dejaba a nuestro hijo acercarse a un enchufe de pared expuesto o al cable de una lámpara y mi esposa había tenido que correr a rescatarlo. Yo no lo sabía en ese entonces, pero confiaba en que Meghan hiciera más de lo que le correspondía en cuestión de trabajo mental –esas labores de la casa que exigen mucha energía cognitiva– por mí. “Si no es algo que
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