Accion Cine-Video

Videojuegos en el cine

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Simplemente, no hay ni siquiera ocho películas de videojuegos adaptados al cine que quien esto escribe se atreva a defender como “buenas”, ni siquiera como las “mejores” del montón. Esa categoría no se les puede aplicar a las producciones cinematográficas que han tomado los videojuegos como referencia, fuente de inspiración o simplemente botín de saqueo. Algunas no son malas…, son peores. De manera que más que de encuentro, en el caso de los videojuegos y el cine debemos hablar más bien de desencuentros en la mayor parte de los casos, aunque no en todos. Para separar las buenas de las malas, según el criterio de quien esto escribe, hay una fórmula infalible: son buenas si tienen una personalidad cinematográfica ajena al juego que las hace funcionar como películas independientes. Por eso no suscribo algunas de las críticas que se le hacen a algunas de las producciones de la saga de Resident Evil (ver ficha de película en este mismo número) ni a alguna que otra de las que siguen a continuación (Final Fantasy: la fuerza interior, Silent Hill, El príncipe de Persia, por poner dos ejemplos), basándose en que se apartan del videojuego original, en que no le son fieles, cambian de protagonista principal, etc.

En la base de la propia naturaleza del cine está la libertad para adaptar de uno a otro medio prestigiando y poniendo en primer lugar los requisitos y recursos de su propio lenguaje. Muchas veces, por no hacerlo así, la película naufraga. Es lo que le ocurrió a Super Mario Bros., que finalmente no era ni carne ni pescado, ni videojuego ni cine, y naufragó de la peor manera posible por no acabar de decidirse a ser una cosa u otra. Era rara y absurda incluso para una época loquísima como los años noventa. El disparate noventero sin pies ni cabeza incluía dinosaurios que no eran ni tan divertidos como los de la serie de televisión Dinosaurios ni tan inquietantes como los de Parque Jurásico, y se movían además como personajes en una clave que tampoco alcanzaba a emular a la otra posible referencia que pudiera esgrimirse para defenderlos, los skeksis de la notable fantasía Cristal oscuro.

Otro tanto –muerte súbita por indefinición y falta de personalidad– le ocurrió a Street Fighter, con la diferencia a modo de bálsamo de que la siguiente versión del mismo asunto estrenada en 2009, Street Fighter: la leyenda era aún peor que esta primera. El que no se conforma es porque no quiere. Fue una ocasión perdida para reunir un reparto más sólido en lo referido a artes marciales – imaginen lo que habría sido reunir un dream team de estrellas del género para la ocasión, poner a Van Damme junto a Dolph Lundgren, Steven Seagal, Chuck Norris, Jet Li… En lugar de eso, rebajando presupuesto, dejaron casi en mera presencia testimonial la contribución de Van Damme como el coronel Guile, apostaron por darle más cancha a los dos personajes y actores menos interesantes del asunto, Damian Chapa como Ken y Byron Mann como Ryu, desperdiciaron a una divertida Kylie Minogue como Cammy y en general se tomaron todo demasiado a chufa.

Por su parte, los 115 millones invertidos en la adaptación de las peripecias de Lara Croft en la primera adaptación al cine del videojuego Tomb Raider recaudaron casi 275 millones en todo el mundo, pero como película aportaban poco a la fórmula de aventuras de Indiana Jones, y realmente no conseguían recrear para el cine los mejores logros del videojuego. Eso sí, consiguió ser la película de acción protagonizada por personaje femenino más taquillera, superando incluso a Aliens: el regreso, aunque obviamente el personaje de Ripley interpretado por Sigourney Weaver a las órdenes de James Cameron era mucho más interesante y rico que el de Angelina Jolie.

El desencuentro de Final Fantasy fue con el público, que todavía no estaba preparado para aceptar con naturalidad actores humanos reciclados en figuras de animación por ordenador. En el caso de Dead or Alive, llegó demasiado tarde y cuando su fórmula argumental estaba ya muy explotada en el cine. La elegancia del Agente 47 no fue suficiente para salvar ninguna de las dos películas que se le dedicaron, como tampoco lo fuera el protagonismo de Mark Wahlberg en Max Payne, pero al menos cerramos con dos películas que muestran que el videojuego puede producir cine entretenido e incluso interesante: Prince of Persia y Silent Hill…, al menos en opinión de quien esto escribe.

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STREET FIGHTER: LA ÚLTIMA BATALLA

Street Fighter

1994. EE. UU., Japón; Color; Director: Steven E. de Souza; Guion: Steven E. de Souza; Música: Graeme Revell; Fotografía: William A. Fraker; Intérpretes: Jean-Claude Van Damme, Raúl Juliá, Ming-Na Wen, Damian Chapa, Kylie Minogue, Simon Callow, Byron Mann, Roshan Seth, Andrew Bryniarski, Grand L. Bush, Robert Mammone, Miguel A. Núñez Jr., Gregg Rainwater, Kenya Sawada, Jay Tavare, Peter Navy Tuiasosopo, Wes Studi; Duración: 102 minutos.

Indecisa y alarmantemente descoordinada a la hora de manejar el concepto de protagonismo coral que pretendía para su reparto, esta adaptación del videojuego de Capcom nacido en 1987 parecía a ratos una película para el lucimiento de Jean-Claude Van Damme y en otros momentos dejaba clarísimo que este era simplemente un anzuelo para pescar aficionados al cine de acción, pero lo que realmente quería era explotar a sus actores más baratos. Lástima, porque desperdició una buena oportunidad para ser una muy potable superproducción de artes marciales con torneo incluido simplemente siguiendo con más eficacia los mimbres que le aportaba el videojuego original para montar una trama argumental más sólida. El problema es que tampoco se decidió a emplear un tono u otro, y navegaba sin timón entre la parodia del cine de acción y un caótico dislate de acumulación de tropos robados a otras películas de artes marciales, principalmente Operación Dragón, protagonizada por Bruce Lee. Es particularmente doloroso para el cinéfilo que tamaño despropósito haya sido el último trabajo antes de morir del gran Raúl Juliá interpretando a Bison en una fase de deterioro físico perfectamente apreciable en su enjuto rostro que era casi una máscara de muerte anunciada. Es también especialmente lamentable que no le sacaran jugo    

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