Mientras viajamos a través de los desafíos de la vida, recordemos que es en nuestra vulnerabilidad que encontramos el reconocimiento de nuestra necesidad de intervención divina. Al abandonar la pretensión de perfección y aceptar humildemente nuestras limitaciones, nos abrimos al poder transformador de la gracia de Dios. Gloriemonos en nuestras debilidades, sabiendo que la fuerza de Cristo se perfecciona en nuestra vulnerabilidad. Encontremos el coraje para abrazar nuestras espinas y confiar en que cuando somos débiles, entonces somos verdaderamente fuertes.