En este podcast, siguiendo a Tomás de Aquino y Aristóteles, insistimos mucho en que el fin último de la vida humana es uno contemplativo. Porque la felicidad ha de ser operación según la virtud perfecta, como dice el Estagirita, y la virtud más elevada del hombre corresponde a sus facultades más nobles, que son las facultades racionales; en concreto, el intelecto y la voluntad, nuestra capacidad de conocer la verdad y amar el bien. Y precisamente porque tenemos mentes para conocer y corazones para amar es que nuestro fin último es contemplativo, o sea, el conocimiento profundo del bien y el descanso amándolo. Pero la verdad es que contemplar no es fácil.
Pascal decía que los males del hombre se podían atribuir a que no era capaz de sentarse en al oscuridad una hora en silencio. Vivimos en un mundo donde somos constantemente bombardeados de información y de estímulos; y el acto contemplativo que consiste en conocer un bien y descansar en él nos resulta extremadamente difícil. Es más fácil vivir en la superficialidad, de placer en placer, sin nunca realmente descansar en un bien que nos sacie. Es más fácil pero no nos llena.
Nos damos cuenta de que el desorden de las facultades inferiores (sentidos, apetitos sensibles) dificulta la operación correcta de las potencias superiores (intelecto y voluntad), y si hemos de ejercer éstas de modo que podamos contemplar hemos de tener las primeras en orden y eso implica una cierta re-educación. Es en esto que consiste la vida virtuosa que describe Aristóteles en la Ética y Tomás profundiza en la segunda parte de su Summa Theologiae.
Y es aquí donde entra la cuestión de la lujuria, que es el vicio que introduce desorden en el apetito sexual. Ya que este apetito es el más poderoso de los apetitos sensibles, tiene una facilidad para impedir la operación de las potencias superiores, y por tanto nos dificulta la contemplación y el uso de la razón, nos embota y nos hace en cierto modo letárgicos. Por eso es que Gregorio Magno cuando enuncia las hijas de la lujuria menciona la ceguera mental, y luego Tomás de Aquino llama a la lujuria la raíz de todos los vicios contra la prudencia, que es la recta razón al obrar. En suma, la lujuria es enemiga del uso de razón, de la contemplación y por tanto de nuestra consecución del fin último, en el cual consiste nuestra felicidad verdadera.
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