Tito y el misterioso Amicus
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Tito y el misterioso Amicus - Joel Franz Rosell
Las siestas de la abuela
Las vacaciones acababan de empezar, pero Tito no estaba feliz.
Sus únicos amigos, amigos de verdad, se habían ido lejos a pasar el verano: Ana estaba en la playa con sus padres, Cleta con sus abuelos en la capital y Berto en Canadá, aprendiendo inglés.
La única que le quedaba a la mano era la abuela.
Cada día, después del almuerzo, la abuela daba un golpecito en el borde de la mesa y decía con una expresión entre pícara y misteriosa:
—Y ahora, ¡la siesta!
Tito no veía interés alguno en dormir la siesta, pero su abuela ya le había demostrado que era capaz de convertir las cosas más comunes en aventura.
En cualquier momento —se decía Tito—, la cama saldrá trotando, la ropa se escapará del armario para ponerse a bailar, o las manchas de las paredes se convertirán en margaritas, marcianos o mantecadas…
Sin embargo, nada pasaba.
Nada fuera de que la abuela empezaba a roncar como un mastodonte y luego se reía y hablaba en sueños, mientras que el pobre Tito ni siquiera lograba dormirse de aburrimiento.
¡Qué vacaciones me esperan!
, suspiraba cada tarde al volver de casa de su abuela.
Sin embargo, aunque nada parecía anunciarlo, Tito acababa de comenzar las vacaciones más sorprendentes de su vida.
La herencia
Normalmente, las abuelas no reciben herencia.
Herencia es cuando alguien se muere y le deja el dinero o las pertenencias de valor que tiene a hijos, nietos u otros parientes cercanos.
Y, casi siempre, cuando alguien recibe una herencia es que un viejito se ha muerto.
Sin embargo, como la abuela de Tito era alguien muy especial recibió una herencia sin que nadie se muriera y sin que se le conociera ningún familiar rico y de edad avanzada.
—Tengo una prima-consuegra en Bolicuavensil —aseguró la abuela—. En ese país hacen testamento y reparten sus bienes cada vez que les da la gana.
Lo dijo de espaldas, como si le importara mucho que no pusieran en duda sus palabras, y muy poco que las creyeran.
El padre y el hermano mayor de Tito intercambiaron miraditas burlonas, pero su madre, aunque en el fondo pensaba lo mismo, puso cara de: No la contradigan. Respeten sus canas
.
La abuela dio su famoso golpecito en la meseta de la cocina y llevó a la mesa un pastel de guayaba que hizo a todos olvidarse de la prima-consuegra de Bolicuavensil.
img12Sólo Tito reparó en que el pastel estaba calentito, recién horneado… pese a que la abuela no había encendido el horno en todo el día.
La herencia llegó poco antes de las vacaciones y puso fin al viejo problema de qué hacer durante el verano.
Desde que Tito podía recordar, sus padres habían estado ahorrando para comprarse una casa de verano. Por esa razón se pasaban las vacaciones en la ciudad; a lo sumo, iban una semanita a un campamento.
Aun cuando estaban lejos de disponer del dinero necesario, la ubicación de la casa de verano ya generaba grandes discusiones: el hermano de Tito la quería en Punta Corrientes, para pasarse todo el tiempo encima de su plancha de surf; el padre la prefería en Sierra Picachos, para caminar y escalar hasta desfallecer, y la madre decía que le daba igual, con tal de que estuviera bastante cerca para poder ir uno que otro fin de semana largo.
A la abuela nadie le preguntaba. Todos sabían que ella soñaba con recuperar el caserón de sus años mozos, en un pueblucho perdido.
La abuela no tenía un peso ahorrado y el retiro no le alcanzaba ni para comprar lechugas
, así que nunca intervenía en las discusiones sobre la futura casa de verano. Pero ahora que disponía de su extraña herencia, nadie pudo discutir su derecho a comprar el caserón donde había vivido de jovencita, donde se había casado con el abuelo y donde habían nacido sus hijos.
—¡La costa queda a sólo seis kilómetros del pueblucho! —descubrió entonces el hermano mayor de Tito.
—¡Hay sierras alrededor! —recordó el padre.
—¡Cogiendo la autopista tardaremos dos horas en llegar! —calculó la madre.
Tito no tuvo que mirar el mapa para darse cuenta de lo más importante:
—Al fin abue tiene algo que ha deseado toda su vida.
El tío desaparecido
Esa noche, Tito escuchó la conversación que sus padres sostenían a puerta cerrada.
—… tú bien sabes por qué nunca me gustó la idea de recuperar esa casa —decía su padre.
—Pero si Úrsula nunca menciona la desaparición de tu hermano —contestó su madre.
—Mamá nunca acepta la realidad —replicó su padre—. Y mucho menos esa realidad.
No era la primera vez que Tito oía hablar del primer hijo de la abuela, aunque las pocas veces que eso ocurría era en voz baja, a escondidas y sin que nadie entrara en detalles.
Era un tío desaparecido, al que su hermano Damián y el propio Tito ni siquiera habían visto en fotos. Un tío
