Qillaq Kristiasen llevó su kayak
lejos del hielo hacia aguas abiertas en busca del narval. El cazador inuit de 35 años y sus compañeros viajaron hasta el borde del hielo que se formó en primavera el año pasado (medio día en trineo de perros desde Qaanaaq, Groenlandia). Alrededor de 1 200 kilómetros al norte del círculo ártico, esta es una de las localidades más septentrionales del mundo. El resoplido sordo del aliento de una ballena escapó de las aguas vítreas cerca del extremo occidental de Qeqertatsuaq, o isla Herbert. El narval se detuvo en la superficie (como ofreciéndose al cazador, dirían algunos inuit).
Con un movimiento de la mano derecha, Qillaq desató su arpón y lo clavó en una mancha gris en el lomo del narval, el cual, salpicando con la cola, se sumergió, pero la cabeza oscilante del arpón alojada con firmeza en su cuerpo estaba amarrada a una boya de piel de foca que le dificultó el escape al animal. Qillaq alzó el remo sobre su cabeza para celebrar.
Sus compañeros se le unieron rápido en sus kayaks y alcanzaron al cetáceo herido, al que atacaron con un segundo arpón y mataron con un disparo de rifle. Arrastraron al narval de la cola hasta un espacio libre cerca del campamento, lo sacaron del agua, remolcándolo sobre el hielo, y entonces sacaron sus cuchillos. Los cazadores saborearon el delicioso mattak, como los inuit llaman a la piel de narvalcomer mi propia comida del mar, como nuestros ancestros”, dijo Qillaq con ayuda de un intérprete.
