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Aurélien Guichard nació en el lugar indicado para ser lo que hoy ha llegado a ser. Lo hizo en Grasse –considerada como la capital mundial del perfume– y desde bien niño mamó el oficio. Esta pequeña localidad situada en la Provenza se convirtió en la cuna que meció el olfato del que ha pasado a convertise en la séptima contemporáneo. Una forma de echarle un pulso a la tradición y a la modernidad en perfumes para conseguir una esencia audaz, irreverente e increíblemente intensa, poderosa. “Me empeñé en buscar un ingrediente que fuera rico en matices y que encarnara esa especie de inmortalidad que tienen algunos perfumes para hombre. Yo me decanté por la madera de cedro porque tiene el poder de avivar cualquier aroma, de dotar a un jugo de fuerza, de incorruptibilidad”, explica a