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LAS PRIMERAS OLIMPIADAS se originaron en la antigua Grecia en el año 776 a. C. Se celebraban en el Templo de Zeus de Olimpia cada cuatro años y en ellas los atletas competían en honor a los dioses, considerándose sus victorias tanto triunfos personales como ofrendas divinas. Este profundo sentido de lo sagrado se reflejó inevitablemente en el arte, que desde entonces se ha encargado de ensalzar la anatomía humana y, a través del deporte, ofrecer una representación del cuerpo heroico de los atletas en un esfuerzo constante de superarse a sí mismos y alcanzar la areté, la virtud y la excelencia.
Ánforas y vasijas de pinturas rojas con más de dos milenios de antigüedad nos muestran a arqueros, púgiles, corredores de Mirón (450 a. C.), que captura el movimiento del cuerpo en su momento de máxima tensión y esplendor, o el enigmático de Pitágoras de Regio (474 a. C.), que guía a sus desaparecidos caballos con mirada contenida y serena. Estos artefactos artísticos no sólo celebraban el deporte, sino que también servían como medios educativos y lúdicos, instruyendo a la ciudadanía en los ideales de la civilización.