n los años 80, un escape de gas en un colegio de Ortuella (Bilbao) costó la vida a 50 niños. Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) recuerda este trágico accidente en su último libro , y explora la condición humana ante el duelo, adentrándose en los sentimientos de unos padres y un abuelo ante la pérdida de su Por varias razones. Una de ellas es que este hecho lo he llevado en mi memoria desde que se produjo. Me pilló con 21 años y todavía recuerdo el día en que conocí la noticia. Por otro lado, he sido profesor de niños durante más de 20 años, y durante ese tiempo me he acordado de aquel triste suceso. Por último, este acontecimiento encajaba muy bien con en el proyecto de novelas de gentes vascas que tengo entre manos, serie con la que pretendo trazar un dibujo de mi época en mi tierra natal y de mis paisanos. En el caso de esta novela las dificultades no eran de tipo técnico, pero había un peligro continuo en caer en lo sentimental, lo patético o excesivamente luctuoso dada la intensidad emocional de la historia. Esto lo tuve siempre en cuenta para no fallar. Por supuesto, también tuve en cuenta el dolor colectivo que existió para no incurrir en algún tipo de frivolidad que aumentase el dolor que las personas sintieron. El País Vasco contiene el paisaje de mis afectos. Es el lugar donde me tocó nacer, donde aprendí las letras, los números, donde fui niño y adolescente, donde tuve mis primeras experiencias amorosas, donde hice vida familiar. Todo esto forma parte inseparable de mi educación sentimental, de mis recuerdos y de mis pasados. Como además, por desgracia, me tocó vivir en una época de mucha violencia, el País Vasco, su paisaje y sus gentes los llevo por dentro, no ya como algo simplemente nostálgico, sino como también algo doloroso. Y esto me interpela continuamente en mi literatura. No necesariamente, aunque reconozco que la escritura me proporciona equilibrio personal, placer y la oportunidad de objetivar multitud de pensamientos, de sensaciones, de ingredientes también negativos. Se podría decir que eso es terapéutico, pero yo no acudo a la literatura para curarme de nada, aunque si ocurre esto ya de paso, pues tanto mejor. Creo que es mi obligación como novelista inducir a pensar que un personaje como Mariaje existió realmente, pero es una figura de ficción. Por alguna razón que no puedo explicar, pero que intuyo que viene de muy lejos, centro mi interés literario en dolores, en agresiones, en sufrimientos. No tanto por narrarlos sino por comprobar cómo repercuten en individuos concretos y cómo la repercusión cambia, según la sustancia psicológica de cada uno, sus condiciones, su nivel cultural y el lugar donde viven. Y mi sospecha es que esto me viene probablemente de la infancia y del hecho de que creo que desde muy jovencito fui educado en la compasión.
"EL PAÍS VASCO CONTIENE EL PAISAJE DE MIS AFECTOS"
May 23, 2024
2 minutos
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