En primer lugar tenemos las Erinias (llamadas Furias en la mitología romana). Se trata de fuerzas primitivas más antiguas que los dioses olímpicos, personificaciones femeninas de la venganza que perseguían de forma implacable a los responsables de cometer determinados delitos. También se las conocía como Euménides (que significa en griego antiguo «las benévolas»), pero no tenían precisamente nada de «benévolas»; se usaba esta antífrasis precisamente para evitar su ira que, según se creía, se desataba si se pronunciaba su verdadero nombre. Algunas fuentes señalan que su número es indeterminado, aunque el poeta Virgilio nombra a tres de ellas: Alecto («la implacable»), encargada de castigar los delitos morales; Megera («La Celosa»), encargada de los delitos de infidelidad, y Tisífone («la vengadora del asesinato») que castigaba los delitos de sangre.
Cuenta el poeta y primer filósofo griego Hesíodo que las Erinias/Euménides eran divinidades ctónicas (deidades o espíritus del inframundo); eran hijas de la sangre derramada de Urano sobre Gea después de que Cronos (su hijo) lo castrase, por lo que nacieron en un primer momento para vengar el