Como si fueran aves del paraíso, solo se escuchan en lugares muy especiales, en orografías (casi) fantásticas, dignas de un viaje de Julio Verne (no hacia el centro de la Tierra, sino al misterio de la comunicación humana)… Silbos de islas brumosas, perdidas en el Atlántico; silbos de cordilleras africanas, tan imponentes que parecen sujetar el firmamento; de recónditos valles pirenaicos; de selvas asiáticas donde coloridas mujeres cantan con hojas, usando la vibración; chiflos de enamorados que entonan sus cortejos secretos en las faldas del Himalaya…
Todos estos pueblos, culturas y lugares tan distantes, tienen algo en común: allí, aún hoy en día, se habla silbando para superar el muro geográfico. ¿Solo un silbido? ¡Una flecha de fonemas! ¡Una catapulta de contenidos! ¡Un cohete de significados! Es un sistema de telecomunicación ancestral (acaso el más antiguo). Es el móvil antes que el móvil.
El silbido supera las paredes verticales de la abrupta isla canaria, como si fuera un lagarto local. Compite en la selva amazónica, de rama en rama, con el mono aullador. Cual cormorán, se lanza desde el acantilado contra el mar griego. Salta por la cordillera turca, vence el rumor de la cascada. Indica en la montaña mexica quién se esconde tras la niebla... ¡Fiuu!
Alguien descubrió en estos lugares que había una manera de comunicarse a larga distancia, algo superior al grito y al dolor de las cuerdas vocales. Como el atleta que quiebra los límites, supo afinar el silbido hasta conseguir un verdadero lenguaje articulado. Jugó a ser pájaro, y pudo reemplazar así las señales habladas por las silbadas. El resultado fue como si la vocecilla ordinaria hubiera