La finalidad de la separación de las potestades estatales es escindir el desempeño de las diversas funciones que requieren un alto grado de especialización y evitar la concentración en un solo poder. Empíricamente, ha quedado demostrado que en el Ejecutivo suele haber una tendencia a la concentración del poder público.
Karl Loewenstein, considerado uno de los padres del constitucionalismo moderno, en una de sus obras más célebres: Teoría de la Constitución, desconfiaba abiertamente de la concentración del poder público. Al respecto realizó una crítica clara y profunda a los que llamaba “los detentadores del poder”, con la aseveración de que nadie, nunca y en ningún lugar, ni un solo detentador lo había ejercido con mesura, e incluso llega a considerar que su ejercicio, sin control tiene un carácter “demoniaco y patológico”.1
Tampoco podemos dejar de mencionar a los dos autores clásicos de la división de poderes: John Locke y Charles Louis de Secondant barón de La Brède y de Montesquieu. Locke, en su reconocida obra fue el primero en la época moderna en teorizar sobre la división de poderes (1690); en tanto que Montesquieu, al describir lo que observó en la Constitución de Inglaterra —mezclado con sus propias apreciaciones—fue quien sustentó la existencia de tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial