FUE EL PINTOR DE SUEÑOS Y PESADILLAS; de arquitecturas clásicas inconexas; de extrañas obsesiones; de mujeres desnudas misteriosas, como su recurrente Venus yacente; de estremecedores esqueletos vivientes, soporte de la vida y símbolo a un tiempo de la muerte, o de estaciones de trenes a ninguna parte.
De origen burgués, el belga Paul Delvaux (Antheit, 1897 - Veurne, 1994) creció en una Bruselas propicia para la ensoñación al arrullo de su madre y sus tías. Sobre todo Adele, que le inculcó, y de Palmyrin Rosette, el astrónomo de y de Homero: influjo ya patente en sus prístinos dibujos de escenas mitológicas y paisajes naturalistas. Pese a que su padre, magistrado de la Corte belga, no compartía su deseo de ser pintor, lo convenció para acceder a la Académie Royale des Beaux-Arts de Bruselas. Tras un breve paso por Arquitectura, estudió Pintura Decorativa y asistió a clases con Constant Montald y Jean Deville. La influencia de Constant Permeke y Gustav De Smet, vanguardia expresionista entonces, pronto quedó de manifiesto en su pintura.