Inclinado sobre su mesa de laboratorio improvisada, con destreza, sujeta las luminosas alas de la mariposa entre el pulgar y el índice, y le pasa una finísima lija por el tórax para quitarle algunos pelos minúsculos.
Green y sus colegas investigadores montaron instalaciones temporales dentro de uno de los muchos pabellones de caza privados de la zona, cuyas paredes están tapizadas con las cabezas disecadas de animales de caza, nativos y exóticos. Sin embargo, Green, profesor de ecología y biología evolutiva en la Universidad de Míchigan y explorador de National Geographic, solo tiene ojos para las tres docenas de monarcas que atrapó en la mañana. Aplica un punto de resina epóxica entre las alas de la mariposa en su mano, después pega un sensor hecho a la medida: una pila de chips de computadora alimentados por un panel solar miniatura que en conjunto pesan menos que tres granos de arroz. El suave aleteo de las alas es el único sonido de la habitación.
National Geographic Society financió este artículo. Su