En el lugar de A Porteliña, en la parroquia de Tomonde (Cerdedo-Cotobade), aún se conservan dos construcciones curiosas conocidas como «santos», o «santiños», que servían como una especie de menhires desmontables para atraer el sol o la lluvia y ahuyentar las temidas tormentas.
Se encuentran situados en una zona boscosa, a unos 300 metros del núcleo urbano de Tomonde, y están hechos con trozos de piedra. Uno de ellos, al que algunos autores llaman el «macho», tiene forma de cruz y es el de más altura. El otro, que sería la femia (hembra), tiene un aspecto más o menos cónico y es de un tamaño algo menor. Ambos están construidos sobre una laja de piedra situada junto a una pista de tierra.
En cuanto a su funcionalidad, cuando se deseaba tiempo seco, se aumentaba la estatura de estos toscos monumentos, mientras que cuando lo que se quería era lluvia, se rebajaba la altura. En todo caso, protegían a Tomonde de las tormentas y podían alcanzar hasta los tres metros de altura. De más está decir que, a pesar de su nombre, no se trata de ninguna advocación cristiana. Simplemente, como ocurre con numerosas costumbres, ritos y construcciones, se trata de una cristianización de una práctica anterior. De hecho, monte abajo existe una gran cruz que es mucho más visible que los «santos», construida a mediados del siglo pasado por recomendación eclesiástica de las llamadas Santas Misiones.
MENHIRES DESMONTABLES
El sacerdote y etnógrafo Antonio Rodríguez Fraiz recogió la existencia del «Santo da Porteliña» en su libro dedicado a Tomonde, publicado en 1985, señalando esta construcción en singular. Sin embargo, Estanislao Fernández de la Cigoña, que visitó este lugar en 2001,), hace ya algunos años, un informante anónimo escribió un comentario señalando que fue él y un grupo de compañeros quienes construyeron el segundo «santo», el más pequeño, como una broma juvenil. Esto coincide con la única construcción que señala Rodríguez Fraiz, que era oriundo de esta parroquia.