Es sábado 28 de octubre de 1848, y los primeros compases de la música del Cuerpo de Artillería se deslizan entre verdaderas riadas de gente, muy cerca de la Barceloneta, la primera parada del trayecto de la línea Barcelona-Mataró. Asombro. Entusiasmo. Es el progreso, es el primer tren de la España peninsular, damas y caballeros, que parte de lo que parece un humilde apeadero. Nuestra primera línea fue el tramo a Bejucal de La Habana-Güines, con la que miles de cubanos y españoles exprimieron el transporte y comercio colonial del azúcar a partir de 1837, mientras otros miles de españoles se hundían a garrotazos en la península durante la Primera Guerra Carlista. ¡Pero dejemos a un lado nuestras diferencias en un día como este!
Es otoño de 1848, y a partir de ahora desayunarán, ya se lo digo yo, en Barcelona y tomarán el aperitivo en Mataró, ese gigante de la producción textil, después de recorrer 30 kilómetros al borde del mar en media hora sin paradas, y en una hora si su tren se detiene en sus siete estaciones iniciales, que muy pronto serán ocho. Como recuerda Luis Ubalde en , “el tren del día de la inauguración llevaba 24 coches con una capacidad total de 900 viajeros”. Se acabaron para muchos los largos