El encargo en bruto era este: reconsiderar la fachada trasera de una casa victoriana en el norte de Londres y proporcionar una nueva cocina y dos baños nuevos, uno de ellos en la planta baja y accesible.
Detrás del encargo, ocupándose de insuflar alma al mismo, Russell Vandyk y Alan Day, una pareja de jubilados que después de mucho tiempo viviendo en aquella casa vieron que había que elegir entre poder seguir haciendo allí su vida o mudarse. Querían lo primero, pero no lo querían de cualquier manera. La casa es el marco de la vida, allí donde amanecen nuestros días, ¿por qué no hacer de ella el espacio más cómodo posible, el más ajustado a nuestras necesidades y deseos? Y, ya que vamos por los deseos, ¿por qué no hacer entonces la casa más bonita del mundo? Sería la de siempre, pero en su mejor versión. Era