n la memoria aún quedan el azul del Mediterráneo, el eco de las olas rompiendo y el aroma del aire salado del mar. Tengo un pie en las aguas azul turquesa y el otro en la redacción. en la que pienso cuando meto el bañador en la maleta, y acompañado de un pensamiento mágico. No sé si soy de las poquísimas personas que lo decimos en alto, pero sí, yo tengo ganas de volver. Regresar a mi casa, a mi cama, al sonido del despertador, a ponerme chaqueta sin quitarme las sandalias, a empezar cuatro libros a la vez, a ver después de un largo día de reuniones, a los paseos por El Retiro y a esa cosa difusa que llamamos “vida”. Septiembre es el verdadero comienzo del año. Vale que el número cambia en enero, pero para mí eso es lo menos importante. Ahora salimos del y volvemos pisando con seguridad, siempre con más planes por hacer que horas tiene el día (y la noche). Es tiempo de encuentros familiares y cenas con amigos, aunque también de hacer balance. Es tiempo de cambios y sí, hace falta meditar sobre qué modificar, añadir o quitar en nuestras vidas. ¿Sólo tengo que ordenar las prioridades? ¿O hay que renovar? Es el mes que te revela si te gusta tu día a día –y tu vida– o no. Es el mes de leer los libros nuevos, de comprar abrigos y chaquetas, de renovar el neceser de belleza, de atreverte con un corte de pelo nuevo. Es el mes en el que empiezas curso y eso ha sido así siempre. No creo en la utilidad de listas interminables de propósitos y con los que empezar el curso, sino en vaciar la maleta, desconectar más. En recordar la frase de Coco Chanel "la suerte es una forma de ser". Y, sobre todo, en atreverse y en soñar. Septiembre es un mes que tiene malísima fama, pero es uno de mis favoritos. También porque queda un mes menos para el siguiente verano.
