Las bacterias poseen un sistema de inmunidad adquirida conocido como CRISPR, una especie de «autovacuna» que les permite defenderse de la infección por virus. Este descubrimiento, realizado hace 20 años, en 2003 por el español Francis Mojica, genetista de la Universidad de Alicante, abrió la puerta de par en par a un futuro muy prometedor de avances en campos como la medicina y la biología. El sistema CRISPR-Cas (siglas en inglés de «repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente espaciadas») se puede utilizar para la manipulación genética de cualquier ser vivo, incluidos los humanos. En la práctica, editar el genoma podría suponer en el futuro la cura de enfermedades genéticas, cáncer o trastornos degenerativos. También otras aplicaciones, como la creación de cerdos libres de virus para usar sus órganos para trasplantes, o la modificación de mosquitos transmisores de enfermedades como la malaria, el zika, la fiebre amarilla y el dengue. En la agricultura, alimentos más ricos o mejorados como trigo libre de gluten. En la ganadería, animales libres de enfermedades, ovejas con mejor lana… El sistema de edición genética CRISPR es en realidad muy simple. Las bacterias guardan en su ADN trocitos de virus para que, en el caso de que se vuelvan a infectar en un momento posterior con ese mismo virus, puedan identificarlo y defenderse. Esto es posible gracias a una proteína (la nucleasa Cas9) que, mediante unas guías, se posiciona en la parte del ADN afectado y lo corta, como si fueran unas tijeras moleculares. Los dos extremos vuelven a unirse y el gen en cuestión queda desactivado. Un corta-pega en toda regla.
Pero el sistema CRISPR descubierto