PRODIGIOS DE LA ERA CRISPR
Todo empezó en el congelador de un laboratorio anónimo perteneciente a la Universidad de Alicante, en España. Corría el caluroso verano de 1993 cuando el microbiólogo Francisco Juan Martínez Mojica analizaba con paciencia el material genético de la arquea Haloferax mediterranei, un microorganismo unicelular recogido “Dios sabe cuándo” —según sus palabras— en las salinas alicantinas de Santa Pola, en la costa sureste de España. Muy pronto se dio cuenta de que aquellas muestras congeladas tenían unas características muy peculiares. En el genoma de la arquea aparecían a intervalos regulares secuencias repetidas de nucleótidos, los ladrillos moleculares que forman el ADN y el ARN.
Eran buenos tiempos para quienes se dedicaban a estudiar las peculiaridades de los genomas. Apenas dos años después de que Mojica descubriera esos inexplicables patrones se obtuvo el primer libro de instrucciones genético completo de un organismo. Y en los años posteriores se fueron acumulando secuenciaciones tanto de bacterias como de arqueas, ambos microbios sin núcleo pero con características diferenciadas.
Gracias al nuevo cúmulo de información, Mojica logró investigar si las reiteraciones que había encontrado en la Haloferax mediterranei —un microbio halófilo, es decir, que prolifera en ambientes muy salinos— también las presentaban otras especies. Para gran sorpresa suya, no tardó en ratificarlo.
La edición genética existe desde los años 70, pero hasta la aparición de la nueva técnica los resultados eran decepcionantes.
Las desde entonces bautizadas como “repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas” —o CRISPR, por sus siglas en inglés— y las secuencias de espaciadores (la información genética encontrada en los espacios que median entre dichas reiteraciones) empezaron a funcionar como herramientas para identificar cepas de bacterias, un proceso que es conocido como espoligotipado; pero a Mojica no le bastaba con esto. “Intuí que debían cumplir una función importante, porque muchas células morían cuando las manipulábamos”, ha comentado al periódico español El Confidencial.
En la búsqueda de respuestas, regresó a las bases de datos. Fue un trabajo de años que acabó dando sus frutos. “Por fin encontramos una secuencia espaciadora en una cepa de la bacteria Escherichia coli idéntica a la de una secuencia de un virus bacteriófago que infecta a distintas cepas de dicho
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