estilo
todavía hoy recuerda el olor de aquellas prendas, listas para dejarse cubrir por el polvo y olvidar por el tiempo. Baúles repletos de vestidos, pelucas o trajes lucidos por sus tíos y abuelos en el cine o el teatro, que ahora alimentaban la vocación de una niña embelesada por el oficio familiar. «Me los llevaba al colegio y en vez de ir a clase montaba obras con mis amigas sobre las lecciones de historia que habíamos estudiado el día anterior. Las disfrazaba a todas de reinas, de mujeres de EnriqueVIII… Me encantaba», evoca