En 1912, mientras las noticias anunciaban el hundimiento del Titanic o la transformación en república del milenario Imperio chino, tuvo lugar un hito de gran trascendencia en la arqueología. Un “labrador de Mora [la Nueva]”, en la comarca de Ribera de Ebro, vendió “unos objetos interesantísimos” que entraron “en calidad de depósito en el Museo Arqueológico de Tarragona”.taluña “¡Es lástima que no se pueda saber exactamente las circunstancias de su hallazgo!”, apostillaba el autor de la primera crónica sobre este asunto.
Publicada en 1915, fue citada un cuarto de siglo más tarde en un artículo académico de Josep de Calassanç Serra Ràfols. El texto de este arqueólogo e historiador proporciona referencias tan valiosas aún hoy que el Museo de Arqueología de Ca (MAC) lo sigue destacando entre la bibliografía esencial sobre su materia de estudio, pese a haber sido escrito allá por 1941. En él se explica que el campesino había “hallado a gran profundidad” los objetos en cuestión.
Se trataba, en concreto, de “seis pendientes de oro de un tipo y cuatro