En septiembre de 2007 el estudiante de doctorado David Narkevik estaba reanalizando los datos recogidos por el radiotelescopio de Parkes, en Australia de hacía seis años. Entonces encontró una anomalía, un peculiar pico de energía que aparentaba ser una tremenda explosión que había durado tan solo 5 milisegundos a una distancia de 1500 millones de años luz. La energía liberada al espacio en ese cortísimo espacio de tiempo fue como las que producirían las dos centrales nucleares de Ascó (Tarragona) durante 2 trillones de años. A este extraño fenómeno se le llama Fast Radio Burst (FRB): explosiones de energía de origen desconocido, situadas en la zona del espectro de radio, impredecibles, intensas y muy breves.
Esta señal era tan extraña que los radioastrónomos responsables de los datos recogidos en Parkes en 2001 no la tuvieron en cuenta porque pensaron que se trataba de algún tipo de interferencia terrestre; no les cupo en la cabeza que tan fenomenal estallido de energía tuviera un origen astronómico. Como dijo Matthew Bailes, de la Universidad Swinburne de Melbourne, «normalmente el tipo de actividad cósmica que buscamos a esas distancias es muy débil y esta fue tan brillante que saturó el instrumental». A pesar de lo que la quietud de nuestro cielo nocturno nos puede sugerir, el universo no es un lugar tranquilo, sino todo lo contrario. Hay estrellas que estallan al final de sus días como supernova, haciéndose tan luminosas o estallidos de rayos gamma (GRB): en promedio, una vez al día, en algún punto del cielo y durante un espacio de tiempo que va desde la fracción de un segundo a los pocos minutos, el universo nos regala una terrible explosión en alguna galaxia lejana: «algo» brilla tanto como 200 000 vías lácteas juntas.