En el siglo XIX hace su aparición un tipo de literatura positivista que, inspirada en el desarrollo tecnológico, ve en la ciencia y la industria los elementos que han de guiar al hombre hacia un porvenir de felicidad y armonía.
Entre las expresiones más felices y logradas de ese espíritu decimonónico se encuentran las ilustraciones que hoy día se conocen como «paleofuturistas»; es decir, esas recreaciones que desde el último cuarto del siglo XIX se atreven a imaginar cómo sería la sociedad del entonces lejano siglo XXI, o más exactamente, del mítico año 2000, la fecha que marca el cambio de milenio.
Muchas de estas originales propuestas las recoge Isaac Asimov en su libro Future Days: A Ninetheenthcentury Vision of the Year 2000 (1986), y lo más sorprendente de dicha obra es que, en gran medida, muchas de las ideas que subyacen en estas ilustraciones son hoy posibles o se convertirán en una realidad en fechas muy próximas.
Pierre Versins afirma acertadamente que «Robida fue el primero en mostrar un futuro donde todas las innovaciones técnicas, por locas que les hayan parecido a sus contemporáneos, están perfectamente integradas y son utilizadas por todos, en definitiva, una civilización futura. Sin tener los conocimientos científicos de Verne, apoyándose solo en su portentosa imaginación y su intuición, es el único de todos los anticipadores del siglo XIX y principios del siglo XX que ha presentado de antemano un retrato de nuestro presente que no está demasiado