Todo parece indicar que el espectáculo militar, diplomático y mediático desatado por el derribo de un presunto globo espía de origen chino se debió a un colosal error, pero el episodio nos ha proporcionado pistas de cómo Washington gestionaría un eventual «contacto» real con naves procedentes de otros mundos. Vayamos por partes: todo empezó el 4 de febrero, cuando la Fuerza Aérea abatió un globo chino frente a la costa de Carolina del Sur.
El artilugio había estado a la deriva durante días volando sobre «zonas sensibles» de EE UU. La Casa Blanca culpó a China de utilizar el globo como elemento de espionaje, precisamente en vísperas de una reunión de alto nivel entre ambos gobiernos, destinada a mitigar la crisis comercial que los dos países vienen protagonizando desde antes de la pandemia.
Las informaciones sobre el derribo de varios objetos voladores han ocultado que militares han sido llamados a declarar sobre incidentes OVNI en silos de misiles nucleares
Así las cosas, el derribo del globo dio paso a una crisis geopolítica sin precedentes que nos ha situado –de facto– en una nueva Guerra Fría (ver recuadro). Y lo peor es que, según hemos sabido más tarde, los patrones climáticos atípicos fueron los responsables de que el globo se desviara de su curso previsto, que no era otro que las islas de Guam y Hawái. Por consiguiente, Beijing nunca tuvo la intención de enviar su globo sobre territorio estadounidense continental y, sin quererlo, terminó su periplo en el océano, a unas seis millas de la costa de Carolina del Sur.
¿QUÉ ERAN?
Cuando el «incendio» diplomático aún no se había apagado, el 10 de febrero, John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, anunció en rueda de prensa que el Ejército había derribado un «objeto no identificado» sobre la costa de Alaska. En ningún momento habló de un globo, sino de OVNI, un sustantivo que el Pentágono no utilizaba desde 2017