«Pararé cuando tú me mates», espetó un día Madonna a uno de sus críticos, harta de que quisieran retirarla y tarde ya para morir joven. Diez años después, el escrutinio continúa y ella ha tachado de misóginos y edadistas a quienes en la gala de los Grammy el pasado febrero la llamaban vieja. El alegato llega justo a tiempo para que empleemos el término con propiedad, porque no ha sido hasta el pasado diciembre cuando el diccionario de la RAE ha incorporado a sus páginas el edadismo, a pesar de que hace décadas que nos persigue esta discriminación que, en el caso de las mujeres, se acentúa con unos cánones de belleza imposibles, la sexualización y los sesgos de género.
«Si algo tenemos usted y yo en común es que estamos envejeciendo», dice la escritora, conferenciante y activista contra el Ashton Applewhite. Sin embargo, compartimos otra cosa: vivimos en un estado de negación. (La moda, los medios y la edad: cómo las revistas femeninas emplean la moda para negociar las identidades de la edad)los lectores hemos firmado una suerte de acuerdo tácito con los medios, la publicidad o la moda para alimentar la ilusión de que, aunque nos hacemos más maduros, no envejecemos.