Perder las llaves siempre fastidia. Que te las roben, todavía más. Lo mismo ocurre con las contraseñas. Omnipresentes en nuestra experiencia digital, cada clave de acceso que introducimos nos permite demostrar ser quienes afirmamos ser. Son como nuestras llaves y cada vez tenemos más y más. Muchas. Un servicio de streaming. O dos. Redes sociales, marketplaces… (sin olvidar las cuentas zombi, como la de aquel portal de empleo al que jamás volviste a entrar. A las personales suma además las profesionales. Le podemos dar vueltas y poner cifras, pero la síntesis es simple: tenemos demasiadas contraseñas que recordar y pocas son lo suficientemente fuertes.
Pero, ¿y si el problema directamente no existiera porque lo que desaparecen son las contraseñas