Tras el fallecimiento del poderoso dictador militar Toyotomi Hideyoshi, los señores feudales japoneses se enfrentaron en una lucha sin cuartel para dominar el gobierno de la nación. En 1600 cada facción envió a sus mejores guerreros a la batalla de Sekigahara [ver artículo anterior], cuyo desenlace iba a decidir el destino del país. Cerca de 100,000 samuráis participaron en una lucha violentísima que duró tres días que parecieron interminables. Los vencedores fueron los samuráis comandados por Tokugawa Ieyasu, que se hizo con el poder e inició el sogunato de Tokugawa.
En la pirámide social nipona, la casta de los samuráis estaba por encima de campesinos y mercaderes.
Para evitar posibles sublevaciones, el nuevo sogún impuso un sistema de servidumbre llamado sankin kotai según el cual los señores feudales (daimios) tenían la obligación de residir un año en sus feudos y el siguiente en Edo (actual Tokio), dejando a algunos familiares como rehenes en la nueva sede del régimen militar. Esta medida debilitó a los daimios, que tuvieron que desembolsar enormes cantidades de dinero para sus desplazamientos a Edo y los de sus numerosos séquitos, que en algunos casos se componían de 3,000 y hasta 5,000 personas.
El tuvo también consecuencias económicas positivas. La medida del sogunato de mejorar los principales caminos que recorrían Japón para facilitar los traslados temporales de los señores feudales a la capital reactivó el intercambio de bienes y personas. El camino del Tokaido, que unía Edo con Kioto, se