E n términos humanos sería como una historia de terror bacteriológico: microbios que tuvieron que morir, huir o adaptarse. Un veneno que penetró en el planeta por oleadas y picos: impregnó primero los mares, luego la superficie terrestre y, por último, se acumuló en la atmósfera.
Para entender con exactitud lo que ocurrió, piensa en las víctimas de aquel holocausto; intenta encontrar un refugio actual sin oxígeno en la Tierra habitable (quedan pocos), un lugar que haya podido acoger a los refugiados de aquella extinción masiva que se produjo al comienzo del Paleoproterozoico, hace alrededor de 2,400 millones de años. Esa zona estanca, ese “Arca de Noé” de los primordiales seres microbianos, es tu estómago. Allí subsiste un ecosistema primitivo, todavía anaeróbico (que no usa oxígeno). Es un búnker aislado del proceso que ocurrió hace miles de millones de años. Cada día interactúas con un éxodo porque a esa parte de tu intestino apenas llega el oxígeno.
Aquel veneno durante eones había sido escaso (en su forma libre). Una fuerza biológica tuvo que liberarlo en cantidades increíbles llegando a formar nada menos que el 21 % de la atmósfera actual. A esa toxina que luego se convirtió en el elixir de la vida la llamamos oxígeno y su historia es de verdad misteriosa…