Mozart falleció a los treinta y cinco años en su apartamento alquilado de Viena, el 5 de diciembre de 1791. La temprana partida del más brillante compositor de Europa fue el comienzo de una aventura médica para averiguar la causa del deceso. Ninguno de sus estudios clínicos ha llegado hasta nuestros días, no se le practicó autopsia y su tumba está perdida. Por ello, la enfermedad que lo mató seguirá siendo una incógnita. No obstante, hay pistas o indicios que apuntan a un grupo reducido de complicaciones fatales. El rumor de que fue envenenado es solo un mito romántico.
Pensemos en la grandeza del arte. Surgió como respuesta adaptativa de nuestros antepasados al sufrimiento. Desde aquellas primeras manifestaciones simbólicas, la humanidad ha tenido mejores razones y estímulos para continuar creando. En la interminable hilera de artistas, uno de los más queridos por los dioses fue el amado Amadeus. Grande entre los grandes. Y, sin embargo, siempre estuvo acuciado por la enfermedad. A la muerte le disgusta el arte porque hace más llevadera la vida. Fijó su celo en aquel genio llevándolo pronto a su regazo.
Wolfgang Amadeus Mozart, bautizado Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart (1756-1791), resultó prodigioso desde muy niño. A los tres años ya mostraba un gran interés por el clavicordio, eligiendo cuidadosamente cada nota que salía de sus dedos. Fue el último vástago de Leopold Mozart (1719-1787) y Anna Maria Pertl (1720-1778). El matrimonio tuvo en total siete hijos, de los cuales solamente sobrevivieron él y Maria Anna Walburga Ignatia (apodada Nannerl), lo que da idea de la elevada mortalidad infantil de la época. La mortalidad materna también era elevada y había un miedo generalizado a dar de mamar. Eso debilitaba a los bebés y les hacía más propensos a enfermar. Los que se oponían argumentaban que la leche se cuajaba en el estómago del bebé y se contaminaba con los vicios y las malas inclinaciones de la madre o el ama de cría. A pesar de todo, el matrimonio Mozart había, por fin, sacado adelante dos hijos, que además tenían un enorme talento musical. Por ello, Leopold se volcó en su instrucción en el hogar alquilado de Salzburgo. No tardó mucho en llegar a la conclusión de que eran un espectáculo prodigioso y comenzó los planes para una serie de periplos artísticos.
AUNQUE NO HAY NINGÚN ESTUDIO CLÍNICO, se sabe mucho de las enfermedades de ambos hermanos, que tuvieron lugar durante cuatro giras musicales comprendidas entre los años 1762 y 1771, ocupando una extensión total de siete años en la vida del joven Mozart. Las dolencias se relatan en las cartas que Leopold mandaba a sus allegados (en las que no se reprimía de algún comentario envenenado a según quién). La valiosa correspondencia fue recopilada y traducida al inglés por Emily Anderson, en Las cartas de Mozart y su familia (1966).
La medicina tradicional hasta entonces creía que la causa principal de las enfermedades era la mala calidad o las proporciones inadecuadas de un conjunto de fluidos corporales denominados humores, una idea que provenía de los tiempos de Hipócrates. El humoralismo hacía hincapié en la responsabilidad individual por mantener los cuatro humores corporales (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) equilibrados, y la salud era resultado de una proporción correcta de estos. Las influencias externas al cuerpo (medio ambiente, alimentación, descanso, actividad física, evacuación y pasiones de la mente) necesitaban ser controladas perpetuamente. Casi todo el mundo seguía un régimen diario de por vida, una vigilancia incesante, casi instintiva, sobre el estado corporal y las influencias externas. Y un conjunto correspondiente de hábitos que abarcan elementos como la dieta, el ejercicio, las purgas y las sangrías para combatir
