se día amaneció nublado en la comarca de Trasmiera. Pero nada impidió que salieran a pasear por la ruta de robles que separa los municipios cántabros de Valdecilla y Solares. Juan Navarro Baldeweg (Santander, 1939) tenía cuatro años y quiso ir a recoger bellotas para fabricar con palillos de dientes sus propios juguetes. En medio de una especie de éxtasis despreocupado, se hizo la noche. Seguía rebuscando bellotas cuando, de pronto y desde la lejanía, oyó a gritos su nombre. «¡Juan! ¿Dónde estás?, ¡Juan!». «Al oír mi nombre, el espacio se rompió, se dividió en dos partes: uno, el espacio de la noche; el otro, el de la intimidad, el sentimiento de ser yo algo diferente a aquella unidad que me había precedido en el tiempo. En el origen de restitución hay una fractura, porque el niño vive unido al mundo, sobre todo en sus en la madrileña Galería Marlborough. Navarro Baldeweg fue pintor antes que arquitecto, o al menos así se lo han reconocido. Ganó el Premio Nacional de Artes Plásticas 15 años antes que el de Arquitectura. Ha sido profesor invitado en Filadelfia, Yale, Princeton o Harvard; catedrático del Departamento de Proyectos Arquitectónicos, y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Y padre de algunos de los proyectos más emblemáticos de las últimas décadas como el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, el Centro para las Artes Escénicas de la Comunidad de Madrid, la ampliación del Reina Sofía, el Solar de Caballería de Burgos, la Biblioteca Hertziana de Roma o el Campus Novartis en Basilea. Casi un hombre universal del Renacimiento, ha aportado una mirada novedosa a las prácticas constructivas, en las que la obra es entendida como objeto de activación del contexto físico existente… De nuevo, el propósito del arte: crear una unidad.
El Arte
Oct 20, 2022
5 minutos
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