vez que vi en vivo a Lalama Sillah (1986), o Lala, como le gusta que le llamen, pensé que me iba a pegar un puñetazo “de boxeo”; luego deduje que era una estrella de la NBA a lo Kobe Bryant, o un futbolista del Barcelona o de rugby americano, de esos sin corazón, que hablan español en la primera meda de prensa. Sus fornidas manos parecían de titanio, y el tacto al estrecharlas daba una sensación de guantes de esquí incluidos. Sus interminables pantalones oscuros de príncipe africano le quedaban como si fuese el maillot de una patinadora sobre hielo ucraniana. Su piel deslumbraba, resultaba más brillante que la de un mandatario de Cambia, y sus gafas al estño lima, color azabache, eran como dos góndolas venecianas en paralelo, relucían más que el féretro de Isabel II y, desde abajo, parecían no tener punta y final.
El “Black Iron” de la Six to Six
Sep 29, 2022
4 minutos
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