CON LA BOCA LLENA
a foto que con más frecuencia he abierto en los últimos días reparte sus píxeles en tres escaleras de colores: amarillo, rojo, blanco. Pulso sobre la imagen y expando los detalles detrás de alguno que en persona no fuera capaz. Tengo para la tarea la misma habilidad que para asumir el control de un Boeing en pleno aterrizaje. Vuelvo a mirar la foto y la cierro otra vez. Nada sabe como su recuerdo. La respuesta "huevos fritos con patatas" se ha convertido en parodia de tanto rodar de boca a boca de chefs con estrella cuando se les pregunta por su comida predilecta. Se asume que en la frase empaquetan un ejercicio de falsa modestia. Pero las papilas no mienten. En un huevo frito se recrea una tradición que atraviesa recetarios y museos para seguir coronando de oro claras y yemas en platos de Duralex, de La Cartuja, de Ikea y de Vista Alegre. La sencillez, demuestran sobre la espumadera, exige excelencia.
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