Las plantas son organismos sésiles, es decir, a diferencia de los animales, viven inmóviles, quietas, pegadas o fijas a una estructura como una roca o un determinado terreno. Así llevan millones de años, cuando tienen sed no pueden ir a buscar agua o cuando les ataca el fuego no pueden correr para protegerse de las llamas. Se han tenido que ir adaptando y genéticamente han sabido sintetizar moléculas tóxicas que las protegen de depredadores, del exceso de sol o de humedad. Milenio tras milenio, las plantas se han ido acomodando a los diferentes medios, encontramos plantas por todo el planeta, incluso en ecosistemas extremos, como el desierto, la alta montaña o en medios acuáticos contaminados. El ser humano, en su corta estancia en el planeta —lleva poco más de cuatro millones de años—, ha necesitado de las plantas para sobrevivir. Son fundamentales para proporcionarnos alimentos, tejidos, medicinas, colorantes, materiales de construcción, drogas, venenos y un largo etcétera.
Pero las plantas llevan mucho más tiempo entre nosotros. Posiblemente hace unos ochocientos cincuenta millones de años, unas algas verdes llegaron hasta tierra firme, evolucionaron y se convirtieron en las plantas terrestres. A partir de entonces, poblaron la tierra, antes que los animales. Las primeras plantas debieron ser musgos y hongos, luego siguieron evolucionando durante milenios, consiguieron tener hojas, tallos, raíces y se quedaron inmóviles, como hemos dicho, colonizando cualquier ecosistema.
La revolución agrícola tuvo lugar en el Neolítico, hace doce mil años, cuando nuestra dieta era principalmente vegetariana
se produjo durante la etapa conocida como neolítica; fue el inicio de la agricultura, la domesticación de las plantas. Para entender este fenómeno hay que matizar en