l 3 de septiembre de 1939 se iniciaba la batalla más larga de la historia. Una campaña de proporciones épicas que tuvo como escenario de operaciones el océano Atlántico. En ella se, los submarinos comandados por el almirante Karl Dönitz, y la poderosa Royal Navy. Pero la batalla del Atlántico que finalizó en mayo de 1945 fue algo más que un choque de fuerzas en el mar. Su alcance tuvo que ver con la posibilidad misma de sostener el esfuerzo bélico. Desde su llegada al poder, Hitler priorizó entre sus objetivos incrementar el poderío de su escuadra naval, tras las sanciones impuestas por el Tratado de Versalles. Eludiendo las prohibiciones, se construyeron en Finlandia catorce submarinos que formaron escuadrilla y se convirtieron en escuela de submarinistas. En el terreno oficial, en 1935, Berlín lograba que Londres permitiera la expansión de su flota como un paso a la estabilidad internacional. Se desató entonces una fiebre constructora por parte alemana, a la que se sumó el reclutamiento y formación de marineros. La maquinaria de guerra nazi estaba en marcha. No obstante, el conflicto real se anticipó a los ambiciosos planes de reconstrucción de su flota. El propio almirante Erich Raeder advirtió a Hitler: “No podemos soñar con presentar batalla a la flota británica para aniquilarla. Nuestra única oportunidad reside en el ataque a las comunicaciones comerciales británicas, para lo cual los submarinos constituyen nuestra arma más eficaz”. Y así fue. En aquella contienda, los esforzados “lobos grises” de Dönitz pusieron contra las cuerdas a los aliados en las aguas del Atlántico. Pero estos, gracias al poderío de su flota y a las tecnologías desarrolladas, como el radar, frustraron los planes alemanes en esta histórica, prolongada y cruenta batalla.
Los lobos grises
May 18, 2022
1 minuto
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