Rusia y China comparten una historia tan larga como su frontera de más de cuatro mil kilómetros. Una historia llena de alianzas, de traiciones, de guerras y de tratados. De momentos en que caminaron de la mano y de otros en que se pusieron la zancadilla, algunos bastante recientes. Putin y Xi Jinping tienen hoy la misma oportunidad que tuvieron Stalin y Mao Zedong en los años cincuenta, la de construir juntos un contrapeso a Occidente. Su fracaso marcó el destino de la Guerra Fría, pero las suspicacias entre los dos países son más antiguas y profundas.
Rusia presume orgullosa de haber sido la tumba de todos los imperios europeos que han tratado de conquistarla, pero no puede decir lo mismo cuando mira hacia el este. El primer reino ruso desapareció en el siglo xiii, cuando sus grandes ciudades amuralladas fueron cayendo una tras otra en manos del Imperio mongol, en parte gracias a los artefactos explosivos que Gengis Kan había descubierto en China. Siglos después, en el xvii, la dinastía Qing frenó la expansión rusa en Siberia. El Tratado de Nerchinsk de 1689 fijaría la frontera entre los dos países.
También los chinos tienen afrentas que recordar, sobre todo en el siglo xix. Rusia forzó entonces la firma de los llamados “tratados desiguales”, por los que China le cedía