EL 20 DE ABRIL DE 1945 ADOLF HILTER CELEBRÓ SU ÚLTIMO CUMPLEAÑOS SIN ENTUSIASMO ALGUNO EN EL BÚNKER QUE HABÍA BAJO LA CANCILLERÍA BERLINESA, A SIETE METROS BAJO TIERRA. Allí también se había improvisado un hospital de guerra para los fortuitos residentes de la cúpula del gobierno que con lealtad habían decidido compartir con el Führer las últimas horas de vida. ¡Todo parecía perdido! Los más atrevidos habían osado salir de la guarida al jardín en una medida aséptica para dar sepultura a los cadáveres en los cráteres que habían abierto las bombas.
Aquel hombrecillo al borde de la locura, que había dirigido en los últimos años no solo los destinos de Alemania, sino también los del mundo, se daba cuenta de que los miembros de su gobierno comenzaban a darle la espalda en la hora del “sálvese quien pueda”.
Pero, ¿cómo había llegado al poder aquel miserable pintor de acuarelas que se propuso acabar con la raza judía y edificar un imperio que durara mil años?
Sólo habían pasado 28 días desde su elección como Canciller por el presidente , cuando , un joven comunista holandés de veinticuatro años, en señal de repulsa al sistema capitalista y a la miseria obrera, consiguió prender fuego a Reichtag, nombre con el que era conocido la sede del Parlamento alemán de Berlín. Fue la excusa perfecta para que el Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo (NSDAP) iniciara las medidas represivas que habían de convertir el gobierno en un régimen totalitario.
