IRLANDA EL TORMENTOSO CAMINO A LA INDEPENDENCIA
La historia de la humanidad abunda en tratados decisivos, en documentos que pasaron a la historia o que directamente la cambiaron desde el momento en que fueron firmados y ratificados. Otros, en cambio, ejercieron su influencia precisamente por no haber llegado a firmarse, por alguna concatenación de acontecimientos que los abortaron antes de su aprobación definitiva. El Tratado anglo-irlandés, firmado hace ahora cien años –aunque no entrara en vigor hasta el 6 de diciembre de 1922–, no parecía pertenecer a ninguno de los dos grupos. Por un lado, se consiguió sacar adelante un documento, pero por otro, muy pocas personas pensaban que fuese a servir para algo, pues necesitaba no solo poner fin a una guerra que estaba durando años, sino borrar el recuerdo de aquellas otras guerras y catástrofes sufridas en un conflicto que duraba siglos.
De hecho, en el año que transcurrió entre la firma y su entrada en vigor, la violencia se recrudeció con el surgimiento de una nueva guerra civil entre los partidarios del tratado y los que se oponían a él. Un enfrentamiento que se cobró, entre otras muchas, la vida de Michael Collins, primer ministro del nuevo Estado Libre de Irlanda y fundador del IRA, asesinado el 22 de agosto en una emboscada muy similar a tantas otras que él había contribuido a planear. Solo diez días antes había fallecido también Arthur Griffith, el otro firmante del tratado por la parte irlandesa, aunque su muerte se debió a un ataque cardíaco. En el día que se plasmó el acuerdo, 21 de diciembre de 1921, Griffith había enviado a la prensa unas apresuradas declaraciones en las que
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