El amigable asesino
En 2012: David Vélez se mudó a San Pablo con una recién estrenada maestría en Stanford y un trabajo soñado como socio en Sequoia Capital. Douglas Leone, el director de esa compañía, había contratado al entonces joven de 30 años graduado de Columbia para reivindicar el poder de los capitales de riesgo en Brasil: un país joven y lleno de recursos, de 200 millones de habitantes, que había crecido un 4% anual durante una década. Pero, el 1 de octubre, Leone llamó a Vélez para darle malas noticias: había decidido abandonar el negocio después de escuchar los discursos poco inspirados de los empresarios brasileños y de saber que solo 42 alumnos se habían graduado de Informática en la Universidad de San Pablo el año anterior. La aventura de Sequoia en Brasil había terminado.
“Fue el día antes de mi cumpleaños y quedé en shock”, admite Vélez. Sin embargo, siempre había querido lanzar su startup y vio la oportunidad en la escasez de los innovadores brasileños. “Uno quiere posicionarse del lado del mercado donde está la carencia”, explica Vélez. “En EE.UU., hay una sobreoferta de buenos emprendedores. Alguien con mi experiencia y mis antecedentes es un commodity. En América Latina, había una carencia significativa”.
No mucho después, tenía una meta: los grandes bancos de Brasil. Desde el punto de vista de Vélez, los bancos, con sus tasas increíblemente altas, su pésimo servicio y
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