Entre los autores que defienden una conexión egipcia en los orígenes del cristianismo, pueden distinguirse dos corrientes claramente diferenciadas. La de la egiptomanÍa, que pretende atribuir las enseñanzas –así como los poderes taumatúrgicos–de Jesús como parte de su aprendizaje en escuelas iniciáticas en Egipto.
En contraste, la mitista, prefiere negar la existencia histórica de Jesús (y, por tanto, su presencia física en Egipto), argumentando que Cristo es, en realidad, una construcción teológica inspirada en la mitología de religiones anteriores o contemporáneas al judaísmo, entre ellos la egipcia. ¿Qué pruebas hay que confirmen una estancia de Jesús en Egipto durante sus años perdidos? ¿Son los evangelios el mayor engaño en la Historia de la Humanidad, después de que fueran escritos en secreto por unos misteriosos escribas egipcios?
¿UN MITO LLAMADO JESÚS?
¿Existió realmente Jesucristo? A esta pregunta, la persona de la calle, suele responder de forma afirmativa o negativa dependiendo de cuál sea su marco de creencias. Sin embargo, los académicos prefieren responder en base a las evidencias históricas, por lo que establecen una clara diferencia entre la figura de Jesús de Nazaret y la de Jesucristo.
Jesús de Nazaret debió ser un ciudadano judío “marginal” –ya que los cronistas de la época apenas le dedican escasos renglones–, sobre el que no hay inconveniente en reconocer que muy probablemente existió, y que difundió un mensaje que luego pudo ser más o menos ribeteado por quienes reflejaron su biografía en los Evangelios (cuya verdadera autoría se desconoce) que fueron escritos entre 40 y 80 años después de su muerte.
Al personaje, probablemente histórico, del Nazareno se solapa la imagen iconográfica de Jesucristo, que se identifica con la construcción teológica que se desprende del Nuevo Testamento. Su resurrección, sus milagros
