Con el MS-21, Moscú dispone por primera vez de un proyecto que puede competir realmente con sus rivales occidentales, Airbus y Boeing Por Edmundo Ubiratan Con el desmantelamiento de la antigua Unión Soviética, el caos se apoderó de las zonas de influencia de Rusia y, durante la década de 1990, el país vio cómo su capacidad de fabricación, especialmente la vinculada al sector civil, sucumbía a la crisis. El cambio afectó profundamente a la poderosa industria aeroespacial, que perdió protagonismo. Hubo intentos de revisar el modelo industrial aeroespacial, pero los problemas económicos ahuyentaron incluso a las mentes más brillantes de Rusia, que buscaron mejores trabajos en el extranjero. Una de las soluciones para aprovechar los recursos financieros y la experiencia fue ofrecer las excelentes instalaciones de investigación de las organizaciones a las industrias occidentales. Boeing, Airbus, Embraer y tantos otros utilizaron túneles de viento y modelos matemáticos soviéticos para validar sus nuevos proyectos.
Aunque existía un gran interés por el conocimiento y la infraestructura de investigación, no había ninguna intención, ni siquiera por parte de las aerolíneas rusas, de adquirir ningún avión de producción local. Año tras año, los jets Airbus y Boeing formaron el grueso de las flotas y