LA LLAMA SIGUE VIVA
NUNCA HE GANADO NADA COMO CORREDOR: SOLO UNAS CUANTAS MEDALLAS Y CAMISETAS POR PARTICIPAR. PERO UNA VEZ GANÉ UN OSCAR.
ESO ES LO QUE LES CUENTO A MIS HIJOS. Aquello ocurrió hace ya mucho tiempo, en la primavera de 1980, cuando, en lugar de estar hincando los codos de cara a mis exámenes finales en Cambridge, me pasé la mayor parte del tiempo en un set de rodaje. Fue todo muy raro. No tenía una especial afición por el cine y esta película en concreto, un drama histórico sobre unos corredores que habían muerto hacía ya mucho tiempo y que habían ido a la universidad en la década de los 20 del siglo XX, parecía bastante aburrida. Pero pagaban diez libras al día.
Nada de lo que vi en el set me iba a hacer cambiar de opinión: aquello iba a ser un rotundo fracaso. Nadie había oído hablar del director (Hugh Hudson) ni de ninguna de las supuestas estrellas que trabajaban en la película (Ben Cross, Ian Charleson, Nigel Havers). ¿Y qué decir del productor (David Puttnam)? En cuanto a las escenas relacionadas con el atletismo, vistas de cerca, estaba claro que eran de todo menos convincentes.
Me equivoqué. Carros de fuego se estrenó hace 40 años y fue un éxito comercial y de crítica. Pero ahí no acabó la cosa. En 1982, ganó cuatro de los siete Oscar de la Academia a los que fue nominada. A uno de los cuales, por cierto, yo había contribuido. Pero ya hablaremos de eso más adelante. Lo interesante, después de todos estos años, es que Carros de fuego sigue siendo el mejor largometraje jamás realizado sobre el mundo del atletismo. Si no lo has visto, no esperes un minuto más. Si ya lo has hecho, échale otro vistazo. Ha envejecido bien. El periodo en el que está ambientada no parece más lejano hoy que hace 40 años, y los dilemas morales a las que se enfrentan sus protagonistas son atemporales.
La película cuenta la historia de un grupo de jóvenes corredores británicos –Harold Abrahams, Eric Liddell, Aubrey Montague y Henry
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