EPIGÉNTICA EN LAS PLANTAS
urante los dos últimos siglos, el concepto biológico de herencia ha sufrido numerosos altibajos. A principios del siglo XIX, el naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck lo defendió a ultranza para explicar (1859), y en 1892 el trabajo del biólogo evolutivo alemán August Weismann (1834-1914) se convirtió en un pilar de la genética con la denominada «barrera de Weismann», que postulaba que los rasgos adquiridos a través de la exposición al medioambiente no podían pasar de las células somáticas (corporales) de un organismo complejo en los tejidos de la línea germinal responsables de los óvulos y los espermatozoides, y pasar a la siguiente generación. Sin embargo, en la década de 1950, el botánico Royal Alexander Brink descubrió que en diferentes condiciones ambientales las plantas de maíz con genomas idénticos expresaban granos de diferentes colores, y estos colores podían heredarse. Fue una de las primeras pruebas de herencia epigenética. Desde entonces, han salido a la luz más ejemplos de herencia sin una base genética clara, así como una variedad de posibles mecanismos de herencia epigenética. Por lo general, estos mecanismos han implicado modificaciones químicas de las proteínas y el ADN en la cromatina que configura los cromosomas, o pequeñas moléculas de ARN que se transmiten a las células germinales donde interactúan con el ADN y afectan a la regulación de los genes. Así pues, desde mediados del siglo XX, gracias a las pruebas experimentales, se ha ido sepultando la teoría de la herencia. Ahora, aunque no admitida del todo, la epigenética como explicación para algunos rasgos adquiridos posee cada vez más credibilidad y son muchos los científicos que la defienden.
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