ENTRA A LA SABANA
Es temprano en las llanuras de Kenia y caminamos directo a una masacre. Los depredadores se amontonan adelante. Sus presas condenadas se dispersan sin dirección. Los cuerpos se agitan, las mandíbulas se cierran, las extremidades se desgarran. Un batallón de hormigas Megaponera analis lanza un ataque sobre un montículo de termitas y el resultado es un caos (lástima por cualquier pobre termita que busque descansar), aunque la jirafa sudafricana que deambula cerca, ágil y sola en los pastizales, ni siquiera mueve sus pestañas largas. Un buitre vuela sobre todas sus cabezas no menos indiferente.
Sin embargo, cuando estás con el guía correcto, los dramas se arremolinan en la tierra. También los hechos. Aprendemos que las Megaponera toman su nombre en inglés (matabele) de una histórica raza de guerreros conocidos por sus ataques violentos; pero estos insectos despiadados también son los únicos invertebrados que cuidan a sus heridos. Por otro lado, un montículo de termitas es tan complejo y está tan calibrado como una metrópoli habitada por millones. “Está hecho de un suelo tan rico en hierro que las mujeres embarazadas consumen trozos de él a diario por tradición”, susurra Roelof Schutte, el guía en cuestión, de sombrero ancho y uniforme caqui. Miro de nuevo la escaramuza, una microbatalla para todas las edades a la luz de la mañana. Cuando vas a pie, las razones para detenerte y mirar son múltiples.
Soy parte de un grupo pequeño que camina entre los santuarios Masái Mara, vastas zonas protegidas a orillas de la famosa reserva nacional homónima cuya historia se remonta solo una década atrás. Aquí el nivel
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