INQUIETOS POR NATURALEZA
Como si se tratara de una locomotora, un incesante y molesto ruidito se abre paso a través del delicado universo de los sueños en el que te encuentras. Te sacude con todas sus fuerzas, hacia el mundo real, destrozándolo todo a su paso. Te resistes, pero acabas por abrir un ojo. Tardas unos segundos más en darte cuenta de que es la alarma del celular. Son las 6:00 a.m. y recuerdas que, la noche anterior, te pareció buena idea levantarte temprano para ir a correr. Dudas. Te enrollas un poco más en las sábanas y reflexionas: “Pero si todavía es de noche”. Aun así, la alarma ganó la batalla. Estás despierto. Te lavas la cara, te pones los tenis y sales de tu casa mientras el cielo empieza a clarear.
No estás solo; por la calle te encuentras con muchas personas que, con más o menos gadgets encima, más o menos preparadas, se dedican a lo mismo que tú: correr antes de atender sus quehaceres cotidianos, cada mañana, como un ritual.
Los motivos que los impulsan son de lo más variados, aunque, ¿y si te dijéramos que puede que estén escritos en los genes? ¿Y si te contáramos que la culpa de que te hayas levantado de noche para salir a correr la tienen nuestros ancestros?
Es lo que cree un conjunto de investigadores desarrolló una dependencia de la actividad física que lo condena a moverse si quiere sobrevivir. Una hipótesis que explicaría por qué, a diferencia de lo que pasa con nuestros primos, los grandes simios, el sedentarismo en humanos es el origen de un sinfín de enfermedades.
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