El negro negocio de las carboeléctricas de la 4T
Una pared se rompió y la acumulación de agua inundó las galerías de un “pocito” carbonero donde murió Ramón Sánchez Arellano, el único de los 14 mineros que trabajaban en el subsuelo de un área que, de tan irregular, ni nombre tenía, pero la gente de la zona solía identificarla por el apodo del capataz, el mismo con el que quedó registrada aquella tragedia del 30 de julio de 2010: el Pocito Boker.
Plutarco Ruiz Laredo, otro obrero, sobrevivió en el socavón durante una semana. De entre la oscuridad y la humedad, sin alimentos, salió con vida aunque con daños físicos y psicológicos.
Tras el siniestro, la mina quedó inservible y clausurada. Era propiedad de Eduardo Morales, quien después se puso a explotar el carbón de las paredes de unos viejos túneles en desuso, pero el 25 de julio de 2012 unos soportes desvencijados no resistieron más y de nuevo otra tragedia: seis mineros murieron a unos metros del primer incidente.
Morales no se detuvo, sólo cambió la razón social de su compañía para seguir operando, y el 28 de marzo de 2014 otros dos obreros del carbón perdieron la vida sepultados por un alud en unas cuevas cercanas a los anteriores siniestros.
El saldo es de tres accidentes y
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