VINO, ACEITE Y ORO
Para los navegantes mediterráneos, griegos y fenicios, la península ibérica era una imagen envuelta en las brumas del misterio, repleta de resonancias míticas y fantásticas, donde el sol desaparecía cada día hundiéndose en el océano. Era también un El Dorado fabuloso, una tierra caracterizada por su gran riqueza en metales preciosos y por su extrema fertilidad.
Sin embargo, las riquezas hispanas no fueron el elemento desencadenante de la intervención romana en la península. La presencia de las fuerzas cartaginesas comandadas por Aníbal en Italia, que amenazaba a la misma Roma, hacía necesario cortar sus fuentes de aprovisionamiento, que se encontraban en el sur ibérico. La derrota púnica puso en manos de los romanos una parte de las fabulosas riquezas hispanas, como la plata de los distritos mineros de Cástulo y Cartagena, así como las ricas tierras agrícolas del valle del Guadalquivir.
EL SAQUEO ROMANO
Desde finales del siglo III a.C. y hasta la época de Augusto, Roma practicó una política de rapiña y saqueo, apoderándose de metales preciosos y cosechas mediante pesados impuestos, a veces utilizando incluso operaciones militares de castigo. Esta política fue a menudo impulsada por gobernadores corruptos cuya única finalidad era acumular un gran botín antes de volver a Italia. Las sociedades privadas arrendaban al Estado romano el cobro de impuestos o la explotación minera o agraria, obteniendo grandes beneficios a costa de los hispanos. La conquista de nuevos territorios en el centro y el oeste de Hispania amplió progresivamente el escenario de los saqueos.
Sin embargo, el asentamiento de colonos itálicos, especialmente en el Levante y el Mediodía peninsulares, pero también en zonas como el
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